Una
cuchilla de machete viejo y los pedazos
de ladrillos que caían de una casa
vieja, fueron las primeras herramientas que abrían paso a
la formación artística de Ricardo Maya, quien a sus 5 años de edad jugaba con los trozos de ladrillos que
recogía y hacia pequeñas figuras que venían a su imaginación. Tuvo una niñez sana a pesar de la pobreza en la que se encontraba el país.
Sus padres eran unas personas muy
humildes pero a la vez muy maduras, que a pesar de su bajo nivel de aprendizaje nunca apagaron la pasión que Ricardo sentía por el arte.
Como
todo niño tenía que cumplir con sus
obligaciones, ayudar en casa y por la tarde hacer las tareas que le
asignaban en el colegio, mientras el cumpliera con las tareas no había problema que
después utilizará el tiempo
libre en hacer lo que más le gustaba. Este niño en vez de salir a jugar
con sus vecinos fútbol o baseboll, el prefería quedarse encerrado en su cuarto para dibujar paisajes, gente conversando, y todo aquello
que llamara su atención, lo que lo hacía parecer un niño diferente pero con
mucho talento.
Su
pasión por el dibujo se convirtió en su
mundo personal, el que solo compartía con sus compañeros de clases,
nunca lo vio como si fuera una profesión, ni pensó que se convertiría en su
medio de subsistencia, simplemente lo
disfrutaba; “Cuando mis vecinos me
preguntaban que me gustaría recibir de regalo, yo les respondía pinceles,
acuarelas o lápiz de colores en vez de pedir zapatos, carritos o un balón”. La
situación económica era difícil, la
pobreza azotaba duramente por el bloqueo
económico que Cuba tiene con Estados Unidos pero en medio de los escasos recursos a la gente les sobraba voluntad para
ayudar y sin darse cuenta fueron sembrando un granito de arena para quien
después se convertiría en un gran artista.
“Al terminar la secundaria, como todo estudiante
fui hacer el examen de admisión para obtener una beca, de 370 alumnos
clasificamos 4, en cuba son trágicos los exámenes de admisión que te dejan con
un trauma psicológico”.
Ricardo
fue el primer miembro de su familia que lograba ingresar a la universidad,
cuando hubo acabado sus estudios universitarios se vio obligado hacer un
paréntesis para reubicar su camino de artista. Tuvo la suerte de entrar al instituto pedagógico
José Varoni en ciudad libertad, en donde había muy buenos artistas, quienes
compartían lo poquito que tenían sin perjuicio ni mala intención con los que
estaban iniciando y eso era sus conocimientos.
“Ahí
experimente la verdadera soledad del artista en el taller, con muy poco se
puede expresar mucho, una imagen significa algo no importando como este
plasmada. Muchas veces traducir lo que tu propia alma te dice no es fácil, siempre
hay cosas que se te escapan.”
A
los 26 años viajó con su familia a Nicaragua, era una solución temporal para
ir al norte. El encanto de Granada atrapó el corazón de la mamá de
Ricardo, quien quedó enamorada de la ciudad y decidió quedarse. “Me gusto la
cuidad, es una ciudad que la puedes
caminar, una ciudad humana con gente carismática y de buen corazón
dispuestas a ayudar a los demás a cambio de nada y como conocía la historia me gusto más”.
Hoy
en día Ricardo es un señor que desde sus 26 años vive en Granada, tiene un
taller frente al convento San Francisco de la calle Arsenal, por su talento los extranjeros que transitan
la zona quieren comprar sus cuadros pero no siempre puede venderlos porque su mayoría son encargos. El vende sus obras en
dos sitios web y es de esa forma que ha ganado popularidad en el mercado
internacional.
por:
Hazel Espinoza
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